El 14 de febrero de 1621 el padre Gabriel de Mendoza juez comisionario
nombrado por el obispo Angulo, fue el encargado de señalar y erigir la iglesia
del nuevo pueblo fundado bajo la advocación y nombre de “Nuestra Señora de la Caridad y Copacabana” agregando a su curato y
doctrina las encomiendas del regidor Antonio Gámez, de Francisco Infante, de
Lucas Martín(*) y de Hernando Cerrada, a quienes impuso la obligación de
fabricar en un tiempo determinado, la iglesia, sacristía, cementerio y casa del
cura doctrinero. Ahora bien, interesante es analizar
para no conformarnos con la mera descripción, de por qué reunir estas cuatro
encomiendas para llevar a cabo la fundación del pueblo.
Entre los siglos XVI y XVII cuando se fundan las primeras ciudades, el conquistador
se aleja de la idea del mito de el dorado, y comienza a considerar la tierra
como el verdadero preciado oro que tantos viajes y exploraciones le costó a la
corona española, para luego convertirse está en objeto de explotación agrícola(1).
Para el colonizador, el valor de estas tierras estaba en su capacidad de
explotar y comercializar lo que ellas producían, que según registro del mismo obispo
Mariano Martí, en su visita pastoral el 16 de marzo de 1784 hace referencia a
unos cerros que “…en tiempo de hinvierno
producen mucho fruto, (…) yuca, maís, plátanos, frixoles, caraotas, ñames,
etc., y producen mucho algodón…” (2). Asimismo,
el capitán Lucas Martínez de Porras, encomendero de Guatire poseía hatos en Guarenas y cultivaba maíz y
caña. Partimos entonces de la premisa que la tierra comienza a valorarse
como algo de lo cual se podía tomar posesión perdurable, apropiarse, trasmitirse
por herencia, descubrirse y además ser explotado.
La tierra con un valor mítico que forma parte de la vida indígena, pasa a ser propiedad de los colonizadores con
la fundación del pueblo de Guarenas, amparados en el argumento de la
cristianización y supuesta civilización, despojando y separando paulatinamente
a indígenas de ellas desde comienzos del siglo XVII.
Era necesario para ese entonces justificar
la forma mediante el cual llevar a cabo este proceso, es allí cuando los
colonizadores considerando que el indígena debía ser protegido, pero siempre
bajo el prisma de sus propias normas civiles y cristinas, determinan su
vigilancia y protección bajo el cuidado de un español encargado para tal fin.
Pero, ¿de qué forma debía llevarse a cabo?, si desde el principio los indígenas
fueron considerados súbditos de la corona española, y en ella recaía el poder
de posesión de la tierra. ¿De qué forma los conquistadores terminaron siendo
dueños de las tierras de origen indígena? La respuesta la encontramos en el
traspaso de tierras que se inició en el siglo XVII, entre los cuales destacan;
los repartimientos, las cédulas de gracias o merced, las ventas y las
composiciones. De estas cuatro formas, dos de ellas fueron utilizados en forma
general en todo el pueblo de Guarenas, es decir, los repartimientos y
composiciones.
La repartición de la tierra se organizó
bajo la forma de encomiendas, y estas fueron distribuidas entre los
encomenderos y otorgadas por herencia para la posesión continua de estas. Esto
se evidencia cuando, por ejemplo hallamos que Hernando Cerrada, primer encomendero
de Guarenas, casa a su hija Beatriz Cerrada de Mármol de avanzada edad con el
capitán Lucas Martínez de Porras en 1651, catorce años más joven, pero dicho
enlace da a lugar porque el único interés para los padres de los contrayentes
era la rica encomienda de Guarenas.
Este Hernando Cerrada, casado con Felipa de Ávila hija del conquistador Gabriel
de Ávila, había traspasado anteriormente esta encomienda a su propio hijo
Antonio Cerrada de Ávila, quien fallece soltero en 1651. Ante la repentina
muerte del hijo se celebra el matrimonio pocos meses después entre Lucas
Martínez y Beatriz Cerrada, permitiendo así que se pasara a solicitar la
encomienda tomando posesión de ella en 1651. De esta manera se hace el traspaso
de las tierras, y se busca la consolidación de las encomiendas entre el valle
de Guarenas y Guatire. Una vez ejecutada la repartición y expropiación de la
tierra, al indio solo se le asignaba un trozo con el cual trabajar su conuco,
dejándoles, como se muestra en el siguiente registro “…a la banda Sur un sitio que llaman Gelechal, que son unos cerros
grandes de que está rodeado este pueblo, menos por la parte de Oriente, que
haze una obra grande, en donde están los principales trapiches o ingenios, que
es el camino de Guatire…”(3) Al
pueblo fundado como doctrina de indios, y para mantenerlo al margen de
cualquier enfrentamiento con el conquistador se le dejaba esta porción de la
tierra, sin embargo esto casi nuca fue respetado teniendo que reclamar por
ellas en más de una ocasión por la ambición y deseo de posesión de nuevas y mayores
extensiones de tierras.
Llevada a cabo la repartición de la tierra
se recurre entonces a la composición como forma para legalizar el deseo de agrandar
los linderos de posesión por parte de los españoles, entonces de una reducción
de indios se pasa a un pueblo de doctrina para facilitar el proceso de adoctrinamiento de los
indígenas, por lo que para ello se recurrió, como paso previo, a la reducción o
concentración de los indios en centros poblados, reunidos en torno a una
iglesia o escuela erigidas por los mismos encomenderos. Así, poco a poco,
comienza un lento pero seguro crecimiento del pueblo a partir de la separación del
indígena de su territorio, desplazando
sus formas de vida y creencias, deslindando al indígena de la tierra quedando
en manos de quienes establecerían las grandes haciendas que hoy son parte del
patrimonio municipal, haciendas construidas con la ayuda del esclavo traído
para llevar a cabo una nueva fundación.
Hoy nos sentimos comprometidos a reescribir el pasado que
antecede a estos 391 años de historia colonizadora, pero no para celebrar la
conquista y colonización del pueblo, sino para avanzar reconociendo nuestros
orígenes culturales, y las luchas protagonizadas por nuestros indígenas frente a
los designios de un rey, pasando por los períodos de la independencia hasta las
insurgencias de un pueblo que continua luchando en el presente contra las
nuevas formas de colonización.
Lic. Noraya J. Pérez Díaz
Historiadora
Cronista
(e) de la Ciudad de Guarenas
(*) Este Lucas Martín según documentos es el mismo Lucas
Martínez de Porras casado en 1617 con Micaela Pérez de Ávila, encomendero de
Guatire y dueño de algunos hatos en Guarenas donde cultivaba maíz y caña.
(1) José Rafael Lovera. Vida de haciendas en Venezuela.
(2) Obispo Mariano Martí. Documentos relativos a su visita
Pastoral de la diócesis de Caracas (1771-1784), tomo II, Libro Personal, p.685.
(3) Idem.
(4) Antonio A. Herrera-Vaillant. El nudo deshecho:
Compendio genealógico del Libertador, ANH, Tomo 269, cap. XII, “Una encomienda
en Guarenas”.
Excelente trabajo de la historia de nuestro pueblo
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